Cuando soy japonés veo las cosas muy delicadamente, entre tules o jirones de niebla.
Tiendo a mirar las cosas más pequeñas, muy de cerca.
Y me gusta que parezca un sueño cuanto veo.
El color es a ratos tan sutil que es blanco y negro.
Mi cámara (japonesa, claro) intenta que los paisajes recuerden cuadros.
Y después de un paisaje, sin saber por qué, veo un paso de cebra. Influencia de Tokio.
Hago flores que parecen colibríes.
Junglas de dos hojas.
Y una manzana en una caja enrojecida por capilaridad.
Cuando soy japonés soy contradictorio
probablemente porque nunca pisé Japón.
Pero la estética japonesa me gusta, como a todos.
A veces se me cuela un alemán, qué remedio.
Pero incluso en las cosas más andaluzas queda algo de ese Japón desconocido.
Las tejas manchegas de una ventana segoviana parecen de Osaka.
>Pero esta ventana de hojas no tiene de japonés no la sombra.
Tampoco este interior con ecos de Hooper.
Y mucho menos este dragón chino que es chino auténtico y no falso. (¿Una falsificación china fabricada en china será una falsificación auténtica?)
Este florero ya recupera japonesidad, por ser fantasmal-
Y esta plantita ya es autentiquísima.
Esta luna en Vejer de la Frontera me parece japonés de toda la vida de Buda.
Cuando soy un japonés alto y gordo, me pongo muchas veces minimalista hasta ser barroco.
Olga, mi japonesa favorita.
Esto sí.
Y si te has aburrido mucho, aquí tienes el fantasma de una mecedora japonesa para reponerte. 

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